viernes, 7 de julio de 2017

VIDAS DE SANTOS SIN IMÁGENES

Con el paso del tiempo el viejo álbum familiar se convirtió en un conjunto de imágenes re-blanquecidas, de recuerdos desvaídos, de figuras con riesgo de extinción al no tener un dueño claro o ser apenas reconocibles, si no hubiese habido una voz que les diera un nombre y un linaje.
Antes, las fotos eran puro recuerdo. Y ahora, presente de indicativo. De tal manera que la frontera entre lo reciente y lo remoto ya no está en vigor. Sólo existe el aquí y el ahora.
Cuando el nomadismo era un imperativo, durante generaciones uno iba de casa en casa llevando entre sus pertenencias las fotos de su vida. Uno podía visualizar de un plumazo toda su biografía iconográfica con sólo extenderla sobre la cama. Ahora, los jóvenes llevan sobre sus espaldas el peso de miles y miles de gigas de fotos y vídeos, y necesitarían meses, o tal vez mucho más, para hacerse una idea del exceso de su plástica vital. 
Aunque, pensándolo bien, lo que pasa hoy resulta paradójico por conveniente, puesto que pone fin al poder de la imagen para decir algo mostrando tanto. De estar en su piel, yo descreería de las imágenes de un presente de banda ancha y alta velocidad y me quedaría sólo con el fin de la vocación de futuro que tenían las nuestras para vencer a la muerte. Me ha salido así, vencer a la muerte, y tal vez sea porque la humanidad ha terminado aceptando lo efímero e insustancial que hay en toda vida, de tal manera, a mi entender, que no tiene otra opción que vivir a tope el instante. Y en un instante no cabe todo. De ahí la obesidad de las imágenes del presente que no deja de ser una figura de la mortalidad en anamorfosis.
“Los paisajes de la vida acaban convirtiéndose en lugares de desaparición”. Estas palabras leídas en la prensa (A.M.M., Babelia, 5.07.14), me llevan a pensar en lo inexorable como denominador común en las imágenes de ayer y las de hoy. Sin duda, ambas están para velar lo que se resiste a la mirada. Sobre todo en lo concerniente al propio cuerpo. Rascayú, rascayú.
Esta sí es una senda para el ateísmo genuino. Para el ateísmo definitivo que conduce a la destitución de la vanidad propia de Narciso. Por fin, puede decirse, porque la imagen es uno de los manantiales del malestar. Después del desamparo viene la envidia.
¿Quién dijo ‘una imagen vale más que mil palabras’? Las imágenes crían malvas, las palabras persiguen al viento.
- ¿Estás escuchando lo que te digo, Selene?
- Claro que sí, pero entonces ¿qué hacer?
        - Uno no elige dónde ni cuándo nacer. Elige vivir o no vivir en su época. Creer en la pertenencia a una época es una temeridad ─sentenció el sileno.


Aristóbulo 
Cartas lunáticas
(7/07/2014)

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