Hoy me miro en el espejo del baño con espanto. Me veo con cara-de-grito-de-Munch. Esto de Munch no es habitual en mí, otras veces me ha pasado el verme con cara-de-niño-tipo-pífano-de-Monet o de Lazarillo-de-Tormes-de-Zurbarán.
Pero eso no quita que otras veces sea yo quien me ponga caras, por ejemplo, la del perro-de-Goya o la de un arlequín picassiano.
Además, esta semana mi preocupación ha aumentado porque estos fenómenos también afectan a mi voz: algunos días me levanto con voz de barítono o me paso el día haciendo falsetes sopraniles.
Cada vez con mayor frecuencia he llegado a pensar que, en realidad, no sé quién soy, porque de pronto mi voz suelta gallos y mis caras son más difusas que las de Bacon.
En mi confusión mental, fíjense ustedes, sólo las palabras -—que per se son inciertas—, me dicen algo. Ahora oigo como si alguien dentro de mí me dijera: no sé si tú eres guaraní, quechua o moteca, pero tu nombre es Tirapú. Y esta voz me calma.
Aristóbulo
1917—1918
No hay comentarios:
Publicar un comentario