domingo, 19 de julio de 2015

Falta de asombro

"La falta de asombro de nuestra época". Tomo prestada la expresión a Pierre Legendre, autor desapercibido en España, relacionándola con la renuncia a la sabiduría a favor de la información. Desde hace un tiempo se alardea ufanamente del eslogan estamos en la era de la información, sin entender el alcance de lo que se dice. En mi trabajo de escucha, jamás he visto a nadie que haya visto removidos sus cimientos existenciales con nada que tuviera que ver con la era de la información de marras.  No porque sea una información a todas luces hiperbólica, sesgada y manoseada para un fin preciso, mantenernos alejados del conocimiento, sino sobre todo mantenernos en la ignorancia de lo que Eliot llamaba sabiduría (cuyo uso en él tiene más que ver con la verdad que con el saber), eso que nos habla de lo que somos más allá de las imágenes y de los semblantes, y de lo que está realmente en juego en nuestra vida. Cómo, por qué y a quién queremos, cómo, porqué, para quién y para qué trabajamos. 
Pueden iniciarse distintos caminos para indagar y responder a estas preguntas. Para referirme al cambio que supone esta renuncia tan extendida hoy, no se me ocurre nada mejor que establecer una aproximación genealógica para rastrear lo que está en juego. Me vienen a la cabeza una serie de ideas, en primer lugar el apresuramiento, como si ya no tuviéramos tiempo, debiendo vivir todo lo que se pueda de manera intensa; es la  prisa determinada  por influencia de la estética de la velocidad (Paul Virilio); también pienso en eso que podría llamarse la generalización de la banalidad del bien y del mal (Freud, Arendt y muchos otros); y en la repentina liquidez de lo genérico (Bauman); e indudablemente en la voracidad de la cara oscura de la ley que nos empuja a lo peor (superyó: Freud, Lacan). Estos pensamientos fugazmente llegados, me preguntan por qué aparecen juntos descubriendo su insistencia en su relación con el espíritu del capitalismo de nuestros días.
Piketty ["El capital en el siglo XXI"] ya en la introducción, resume una de las razones últimas de todo este entramado:
"Cuando la tasa de rendimiento del capital supera de modo constante la tasa de crecimiento de la producción y del ingreso (lo que sucedía hasta el siglo XIX y amenaza con volverse norma en el s. XXI), el capitalismo produce mecánicamente desigualdades insostenibles y arbitrarias, que cuestionan de modo radical los valores (...) en lo que se fundamentan nuestras sociedades democráticas". 
Sorprende que la palabra "mecánicamente" aparezca casi como alma mater de este proceso. A lo mejor no es tan mecánico este procedimiento desde que Bauman introdujera una duda cuando nos hablaba de una falla en el autocontrol de la burocracia que condujo al holocausto. Y nombrar lo mecánico trae a primer plano lo ausente, en este caso precisamente lo opuesto a lo mecánico, la subjetividad. Sobre todo si tenemos en cuenta la referencia ética de Lacan acerca del mal como sacrificio a los dioses oscuros, y los pocos sujetos que pueden resistirse a su captura en ello. Recuerdo también su advertencia: "nuestro futuro de mercados comunes traerá aparejadas nuevas formas de segregación"
La banalidad del bien ya no sirve para limitar el mal, y las transformaciones derivadas de todo ello tienen como causa esa voracidad en el empuje de ir más allá de la ley para acabar con la insatisfacción, con el malestar y conseguir, por fin, la ansiada completud.
Estamos en el terreno de la subjetividad, pero también de la ideología. Habría que volver a reflexionar sobre el papel que la ciencia y la técnica tienen en ello (Heidegger, Lacan). Tarea imposible la de colmar la vida con promesas de goce a la que se entrega la técnica, en su camino hacia lo peor. Ya se empieza a denominar "posthumanidad" a la era de la técnica.
Para terminar, otras  palabras esclarecedoras de Legendre:
      "Hay que tomar con pinzas la propaganda ultramoderna que hace de la ciencia un ídolo; del científico, un cientócrata; y del vasto público, marionetas que aceptan el fundamentalismo, que se ignora a sí mismo".  
       [El Tajo. Discurso a los jóvenes estudiantes sobre  la ciencia y la ignorancia. Amorrortu]

Que no decaiga nunca el asombro.

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