viernes, 3 de julio de 2015

SIMULACRO Y META

(En la noche de San Juan)
Dicen de la noche de San Juan que es la más corta del año, pero anoche terminé de leer por segunda vez Suave es la noche.Hacia el final de la novela, Francis Scott Fitzgerald utiliza una hermosa sinécdoque, con el paso hacia la meta de una etapa del Tour, donde los ciclistas llegaban extenuados, con el polvo de los caminos anteriores amasado en el propio sudor.Todo parece desarrollarse en un lento margullo decreciente..."Escribir bien es como nadar bajo el agua y aguantar la respiración" , dirá Fitzgerald en una entrevista. ¿Cómo iba a ser de otra forma? Extrapolándolo aquí, con la redundancia nos viene a decir que amamos casi siempre bajo el agua más o menos amniótica donde si respiras te ahogas.Una vida perdida voluntariamente para que otra vida viva. Por amor. No hay que ponerlo en duda, pero ¿y por qué no? El amor, el pacto de amor que se establece allí entre los amantes supone una rendición mutua por la ilusión de ser aquello que todos los espejos unifican, pero donde siempre se pierde lo fundamental, lo que nunca se ha tenido y lo que nadie puede saber de sí porque no puede ser dicho. Por eso realizan un simulacro para llenar un vacío, una especie de sueño vivido como una representación de la pareja que les llega devuelta, tras el ofrecimiento a los otros integrantes del despreocupado grupo de estética resbaladiza, en un juego de espejos que sostiene todas las escenas de los primeros capítulos. Una representación colectiva del modo del ser joven y bello, como simulacro y lugar que da sentido a sus vidas en el sinsentido grupal. Cabe preguntarse ¿ocurre en todos los grupos? Si tenemos en cuenta la opinión de Freud, todo indica que debemos  tener sumo cuidado con ellos. No obstante, como decía Fitzgerald en la entrevista, hay una otra historia abisal, un secreto que guardar y una simonía de la que no conviene hablar, pero que resultan ser deletéreos no sólo para ellos, sino para todo el grupo sostenido por el empeño vocacional de la pareja.Una prefiriendo ignorar a toda costa saber sobre la causa de una vida a veces alocada, a veces muelle, según el giro de la veleta. Otro, pagando el precio de su molicie, cuando su ambición profesional se demostró hiperbólica, y por tanto sin límite de la satisfacción más vulgar: creer en el propio fulgor reflejada en la mirada ajena durante el clímax de una conciencia efímera anegada por el alcohol.El abismo del amor. Una droga que daña tanto al sirviente (terapon, según la raíz griega) como al servido. Ella prefiere enredarse en una nueva ilusión. Llegado el momento, el terapon es dejado. Y él se deja caer como objeto de desecho a un lado del camino por donde suben o bajan los omnipresentes ciclistas hechos de polvo que suda hasta alcanzar su meta. Como todo el mundo.

¿Qué meta?

Aristóboulos.

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