viernes, 24 de julio de 2015

NORMOPATÍA (II)

En nuestro tiempo los cuestionarios están por todas partes. En la calle, si te descuidas, te sorprendes respondiendo a preguntas de una persona joven con papel y bolígrafo en ristre. Hasta en el banco te hacen ahora un examen tipo test para ver si sabes lo que firmas. Por si las cosas les pedí que me inscribieran como miembro activo de la feligresía de los analfabetos financieros.
En psiquiatría, hay cuestionarios para todo. Incluso existen escalas para la normalidad. Pero, hay algo que los cuestionarios no captan. Por ejemplo, no captan anormalidad alguna en los sujetos a los que Helen Deutsch denominó persönlichkeiten als ob, "personalidades como si". Porque lo normal consiste esencialmente en estar identificado a la norma. Si lo miramos con atención lo normal en nuestro campo es un vacío que se trata de llenar con una disgregación de obviedades y pleonasmos, que cambian según las épocas y las modas. Ahora estamos en el empirismo, ("hacer siempre lo mismo" como dice el chiste escolar), pues ya se sabe lo que nos toca, medidas y cifras y cifras para perseverar en el error fundamental: creer que la cifra contiene y representa toda la Cosa. ¿Acaso puede medirse la pasión de la ignorancia o la estupidez?
Hay que tener cuidado con los cuestionarios, pues como decía Jean Oury "los cuestionarios reemplazan las verdaderas cuestiones". 
Quiero decir que ser del todo normal no implica ser sano, de donde el concepto mismo de salud, y mucho más la salud mental, resulta ser completamente irrelevante e inoperante.
Una larga tradición clínica de la psiquiatría clásica (esa olvidada clínica forjada en el caso por caso) siempre ha puesto de manifiesto de diversas maneras que hay algo que no entra en las listas, que resiste a las clasificaciones, y cuya patoplastia (la forma de presentación) cambia de continuo. Esta dificultad se manifiesta en esta serie de términos (no exhaustiva) que va desde la locura lúcida y los locos que no lo parecen (ya citados en otra entrada), los degenerados y sus patologías, la rocambolesca demencia precoz, la esquizofrenia latente, las psicosis marginales (en oposición a las nucleares o típicas), los estados fronterizos o borderline, las psicosis límites, las psicosis blancas, las psicosis ordinarias, las psicosis normalizadas, las estabilizadas, las no desencadenadas, las anudadas como sínthoma y, en fin, todas las formas subclínicas de las psicosis. Tan sólo añadir entre las más normales las folies minuscules (p.e., los que hablan con su perro o con su coche o su PC) y en general todas las folies  à deux o locuras colectivas, donde se recogen desde la medieval locura de los danzantes hasta los delirios de grandeza y persecución que se da como fenómeno de masas (dotadas con una identidad étnica -los pueblos elegidos- o nacional) cuando se enfrentan entre sí. 
Muchas de estas nuevas formas de presentación clínica de las locuras no coinciden con la anormalidad, pues se dan en sujetos plenamente normales. Y esto no es porque sean malas clasificaciones o estén mal pensadas (esa es otra, el dislate que anida en ellas) . No. Lo son porque resulta imposible arrebañar todas las singularidades en el plato de las clases, de las familias, de los tipos o de las entidades diferenciadas. El proceso de civilización o socialización de los humanos es harto complejo porque tropieza con su propia antinomia en su núcleo más central, erigiéndose como un propio extraño, extranjero y en ocasiones enemigo, interior en estos casos. Esto significa que esa forma singular de estar vivo y en el mundo es siempre un riesgo con el que cada uno debe contar.
La normalidad es normópata por definición y además no sirve para nada. Es exactamente lo mismo ser normal que anormal, porque las más de las veces somos ambas cosas y probablemente otras muy distintas de ellas al mismo tiempo. En nuestro campo no se puede trabajar con generalidades sino con sujetos tomados uno a uno. El concepto de salud mismo, no es saludable. Y la salud mental (por cierto, un oxímoron bastante feo) a la postre viene a ser una suerte de sandez mutua, porque al menos hacen falta dos para que prospere.
Sabemos de los bancos que tienen estrés (con sus test y todo) y hasta tienen su código ético (ahí está el banco "malo"); pero ¿tienen salud los bancos?
En la práctica parecen gozar de una mala y férrea salud. Completamente normales. Completamente normópatas.

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