domingo, 23 de agosto de 2015

BESTIARIO PUSILÁNIME

En un panorama de crisis económica y total desbarajuste social, existe también cierta frivolidad que anida en la gauche divine, hospedada casi siempre en la conocida cadena Hoteles Al Borde del Abismo, que con sombreros de copas, o no, hace prestigiosos malabarismos con palabras que jalean todos los posmodernos del mundo unidos en su carpe diem. Desde hace un tiempo, el posmodernismo se ha convertido en la salsa preferida en todos los platos ideológicos de la pura abstracción bizantina, como si de una sumatoria estrictamente culinaria se tratara. Con esa salsa lingüística se logra hacer coincidir una cosa y su contraria, confraternizando amigablemente en el mismo renglón. 
Ya digo, tomando copas con sombrero, o no.
De vez en cuando, desde la profundidad, surge una voz que pide respeto a la dignidad de los más.  

Aristóboulos

viernes, 24 de julio de 2015

NORMOPATÍA (II)

En nuestro tiempo los cuestionarios están por todas partes. En la calle, si te descuidas, te sorprendes respondiendo a preguntas de una persona joven con papel y bolígrafo en ristre. Hasta en el banco te hacen ahora un examen tipo test para ver si sabes lo que firmas. Por si las cosas les pedí que me inscribieran como miembro activo de la feligresía de los analfabetos financieros.
En psiquiatría, hay cuestionarios para todo. Incluso existen escalas para la normalidad. Pero, hay algo que los cuestionarios no captan. Por ejemplo, no captan anormalidad alguna en los sujetos a los que Helen Deutsch denominó persönlichkeiten als ob, "personalidades como si". Porque lo normal consiste esencialmente en estar identificado a la norma. Si lo miramos con atención lo normal en nuestro campo es un vacío que se trata de llenar con una disgregación de obviedades y pleonasmos, que cambian según las épocas y las modas. Ahora estamos en el empirismo, ("hacer siempre lo mismo" como dice el chiste escolar), pues ya se sabe lo que nos toca, medidas y cifras y cifras para perseverar en el error fundamental: creer que la cifra contiene y representa toda la Cosa. ¿Acaso puede medirse la pasión de la ignorancia o la estupidez?
Hay que tener cuidado con los cuestionarios, pues como decía Jean Oury "los cuestionarios reemplazan las verdaderas cuestiones". 
Quiero decir que ser del todo normal no implica ser sano, de donde el concepto mismo de salud, y mucho más la salud mental, resulta ser completamente irrelevante e inoperante.
Una larga tradición clínica de la psiquiatría clásica (esa olvidada clínica forjada en el caso por caso) siempre ha puesto de manifiesto de diversas maneras que hay algo que no entra en las listas, que resiste a las clasificaciones, y cuya patoplastia (la forma de presentación) cambia de continuo. Esta dificultad se manifiesta en esta serie de términos (no exhaustiva) que va desde la locura lúcida y los locos que no lo parecen (ya citados en otra entrada), los degenerados y sus patologías, la rocambolesca demencia precoz, la esquizofrenia latente, las psicosis marginales (en oposición a las nucleares o típicas), los estados fronterizos o borderline, las psicosis límites, las psicosis blancas, las psicosis ordinarias, las psicosis normalizadas, las estabilizadas, las no desencadenadas, las anudadas como sínthoma y, en fin, todas las formas subclínicas de las psicosis. Tan sólo añadir entre las más normales las folies minuscules (p.e., los que hablan con su perro o con su coche o su PC) y en general todas las folies  à deux o locuras colectivas, donde se recogen desde la medieval locura de los danzantes hasta los delirios de grandeza y persecución que se da como fenómeno de masas (dotadas con una identidad étnica -los pueblos elegidos- o nacional) cuando se enfrentan entre sí. 
Muchas de estas nuevas formas de presentación clínica de las locuras no coinciden con la anormalidad, pues se dan en sujetos plenamente normales. Y esto no es porque sean malas clasificaciones o estén mal pensadas (esa es otra, el dislate que anida en ellas) . No. Lo son porque resulta imposible arrebañar todas las singularidades en el plato de las clases, de las familias, de los tipos o de las entidades diferenciadas. El proceso de civilización o socialización de los humanos es harto complejo porque tropieza con su propia antinomia en su núcleo más central, erigiéndose como un propio extraño, extranjero y en ocasiones enemigo, interior en estos casos. Esto significa que esa forma singular de estar vivo y en el mundo es siempre un riesgo con el que cada uno debe contar.
La normalidad es normópata por definición y además no sirve para nada. Es exactamente lo mismo ser normal que anormal, porque las más de las veces somos ambas cosas y probablemente otras muy distintas de ellas al mismo tiempo. En nuestro campo no se puede trabajar con generalidades sino con sujetos tomados uno a uno. El concepto de salud mismo, no es saludable. Y la salud mental (por cierto, un oxímoron bastante feo) a la postre viene a ser una suerte de sandez mutua, porque al menos hacen falta dos para que prospere.
Sabemos de los bancos que tienen estrés (con sus test y todo) y hasta tienen su código ético (ahí está el banco "malo"); pero ¿tienen salud los bancos?
En la práctica parecen gozar de una mala y férrea salud. Completamente normales. Completamente normópatas.

domingo, 19 de julio de 2015

NORMALIDAD (I)


Antecedentes.  El Dr. Esquerdo habló de una locura camaleónica, Locos que no lo parecen. Trélat, habló de Locura lúcida. Por citar sólo a uno de los psiquiatras franceses del siglo XIX que pensaban de forma parecida, François Leuret aseguraba haber encontrado tanto delirio en la normalidad como en la locura. Cada loco con su tema.
Esta percepción no ha cambiado un ápice. Los hay que ven en esa locura generalizada un acicate para la ganancia; y otros, lo que todos intuíamos y tal vez deseábamos temiéndolo al mismo tiempo. Sin tener que llegar a las manos del escándalo mediático puede decirse: la normalidad es una figura irregular esencialmente normópata, una locura común.

Falta de asombro

"La falta de asombro de nuestra época". Tomo prestada la expresión a Pierre Legendre, autor desapercibido en España, relacionándola con la renuncia a la sabiduría a favor de la información. Desde hace un tiempo se alardea ufanamente del eslogan estamos en la era de la información, sin entender el alcance de lo que se dice. En mi trabajo de escucha, jamás he visto a nadie que haya visto removidos sus cimientos existenciales con nada que tuviera que ver con la era de la información de marras.  No porque sea una información a todas luces hiperbólica, sesgada y manoseada para un fin preciso, mantenernos alejados del conocimiento, sino sobre todo mantenernos en la ignorancia de lo que Eliot llamaba sabiduría (cuyo uso en él tiene más que ver con la verdad que con el saber), eso que nos habla de lo que somos más allá de las imágenes y de los semblantes, y de lo que está realmente en juego en nuestra vida. Cómo, por qué y a quién queremos, cómo, porqué, para quién y para qué trabajamos. 
Pueden iniciarse distintos caminos para indagar y responder a estas preguntas. Para referirme al cambio que supone esta renuncia tan extendida hoy, no se me ocurre nada mejor que establecer una aproximación genealógica para rastrear lo que está en juego. Me vienen a la cabeza una serie de ideas, en primer lugar el apresuramiento, como si ya no tuviéramos tiempo, debiendo vivir todo lo que se pueda de manera intensa; es la  prisa determinada  por influencia de la estética de la velocidad (Paul Virilio); también pienso en eso que podría llamarse la generalización de la banalidad del bien y del mal (Freud, Arendt y muchos otros); y en la repentina liquidez de lo genérico (Bauman); e indudablemente en la voracidad de la cara oscura de la ley que nos empuja a lo peor (superyó: Freud, Lacan). Estos pensamientos fugazmente llegados, me preguntan por qué aparecen juntos descubriendo su insistencia en su relación con el espíritu del capitalismo de nuestros días.
Piketty ["El capital en el siglo XXI"] ya en la introducción, resume una de las razones últimas de todo este entramado:
"Cuando la tasa de rendimiento del capital supera de modo constante la tasa de crecimiento de la producción y del ingreso (lo que sucedía hasta el siglo XIX y amenaza con volverse norma en el s. XXI), el capitalismo produce mecánicamente desigualdades insostenibles y arbitrarias, que cuestionan de modo radical los valores (...) en lo que se fundamentan nuestras sociedades democráticas". 
Sorprende que la palabra "mecánicamente" aparezca casi como alma mater de este proceso. A lo mejor no es tan mecánico este procedimiento desde que Bauman introdujera una duda cuando nos hablaba de una falla en el autocontrol de la burocracia que condujo al holocausto. Y nombrar lo mecánico trae a primer plano lo ausente, en este caso precisamente lo opuesto a lo mecánico, la subjetividad. Sobre todo si tenemos en cuenta la referencia ética de Lacan acerca del mal como sacrificio a los dioses oscuros, y los pocos sujetos que pueden resistirse a su captura en ello. Recuerdo también su advertencia: "nuestro futuro de mercados comunes traerá aparejadas nuevas formas de segregación"
La banalidad del bien ya no sirve para limitar el mal, y las transformaciones derivadas de todo ello tienen como causa esa voracidad en el empuje de ir más allá de la ley para acabar con la insatisfacción, con el malestar y conseguir, por fin, la ansiada completud.
Estamos en el terreno de la subjetividad, pero también de la ideología. Habría que volver a reflexionar sobre el papel que la ciencia y la técnica tienen en ello (Heidegger, Lacan). Tarea imposible la de colmar la vida con promesas de goce a la que se entrega la técnica, en su camino hacia lo peor. Ya se empieza a denominar "posthumanidad" a la era de la técnica.
Para terminar, otras  palabras esclarecedoras de Legendre:
      "Hay que tomar con pinzas la propaganda ultramoderna que hace de la ciencia un ídolo; del científico, un cientócrata; y del vasto público, marionetas que aceptan el fundamentalismo, que se ignora a sí mismo".  
       [El Tajo. Discurso a los jóvenes estudiantes sobre  la ciencia y la ignorancia. Amorrortu]

Que no decaiga nunca el asombro.

viernes, 3 de julio de 2015

SIMULACRO Y META

(En la noche de San Juan)
Dicen de la noche de San Juan que es la más corta del año, pero anoche terminé de leer por segunda vez Suave es la noche.Hacia el final de la novela, Francis Scott Fitzgerald utiliza una hermosa sinécdoque, con el paso hacia la meta de una etapa del Tour, donde los ciclistas llegaban extenuados, con el polvo de los caminos anteriores amasado en el propio sudor.Todo parece desarrollarse en un lento margullo decreciente..."Escribir bien es como nadar bajo el agua y aguantar la respiración" , dirá Fitzgerald en una entrevista. ¿Cómo iba a ser de otra forma? Extrapolándolo aquí, con la redundancia nos viene a decir que amamos casi siempre bajo el agua más o menos amniótica donde si respiras te ahogas.Una vida perdida voluntariamente para que otra vida viva. Por amor. No hay que ponerlo en duda, pero ¿y por qué no? El amor, el pacto de amor que se establece allí entre los amantes supone una rendición mutua por la ilusión de ser aquello que todos los espejos unifican, pero donde siempre se pierde lo fundamental, lo que nunca se ha tenido y lo que nadie puede saber de sí porque no puede ser dicho. Por eso realizan un simulacro para llenar un vacío, una especie de sueño vivido como una representación de la pareja que les llega devuelta, tras el ofrecimiento a los otros integrantes del despreocupado grupo de estética resbaladiza, en un juego de espejos que sostiene todas las escenas de los primeros capítulos. Una representación colectiva del modo del ser joven y bello, como simulacro y lugar que da sentido a sus vidas en el sinsentido grupal. Cabe preguntarse ¿ocurre en todos los grupos? Si tenemos en cuenta la opinión de Freud, todo indica que debemos  tener sumo cuidado con ellos. No obstante, como decía Fitzgerald en la entrevista, hay una otra historia abisal, un secreto que guardar y una simonía de la que no conviene hablar, pero que resultan ser deletéreos no sólo para ellos, sino para todo el grupo sostenido por el empeño vocacional de la pareja.Una prefiriendo ignorar a toda costa saber sobre la causa de una vida a veces alocada, a veces muelle, según el giro de la veleta. Otro, pagando el precio de su molicie, cuando su ambición profesional se demostró hiperbólica, y por tanto sin límite de la satisfacción más vulgar: creer en el propio fulgor reflejada en la mirada ajena durante el clímax de una conciencia efímera anegada por el alcohol.El abismo del amor. Una droga que daña tanto al sirviente (terapon, según la raíz griega) como al servido. Ella prefiere enredarse en una nueva ilusión. Llegado el momento, el terapon es dejado. Y él se deja caer como objeto de desecho a un lado del camino por donde suben o bajan los omnipresentes ciclistas hechos de polvo que suda hasta alcanzar su meta. Como todo el mundo.

¿Qué meta?

Aristóboulos.