domingo, 1 de agosto de 2021

      Una cierta mañana, después de un sueño muy inquieto, me desperté con la idea loca de ser una especie de monstruo muy sencillo. Y ya sabemos que no hay nada más complicado que la sencillez. Quiero decir, un monstruo nada complicado, pues era lo más parecido a uno de esos  odradek kafkianos: una especie de carrete parlante hecho con hilos. En mi caso no estoy seguro de que los hilos que me constituyen sean metálicos, quizás sí, para cumplir mejor mi tarea. No lo sé. Me había convertido en un odradek de mí mismo. Tengo entendido que los odradek, como requisito, son siempre de alguien para poder cumplir su función. 

      Durante el sueño, era un amanecer oscuro cuando tuve la certeza de que allí, en pleno centro de mi casa, pasaban cosas raras. Tuve un presentimiento grisáceo: podría tratarse de la celebración de liturgias negras. Había gente con vestidos cortos, aunque también figuras que me parecían femeninas, y algunas otras iban ataviadas con hopalandas negras. Sin embargo, los oficiantes eran figuras unificadas pues no se distinguían si eran machos o hembras. A su alrededor había una especie de demones jibarizados que separaban a los asistentes en grupos. Los miembros de uno de estos jíbaros, apelotonados en un pasillo, llevaban mondadientes en la boca. Tal vez para trinchar niños o trozos de carne adulta, porque le oí decir a uno: 'dame una libra de carne de la parte que elijas de tu cuerpo, pero que sea una buena libra de carne magra'. Y aquellos demonios conminaban a los de los grupos a cortarse sus propias libras cárnicas para entregarlas a los oscuros seres. Y todo aquello era realizado con extraña servidumbre. 

      Ya despierto, en un momento determinado tuve la duda de si realmente no seguía yo soñando, porque el sentimiento de realidad era tan real como el que se alcanza en los sueños. No era la primera vez que soñaba con misas negras celebradas en mi casa, y que me dejaban en la pituitaria un fuerte olor a chamusquina. Ahora que vuelvo a revivir esta  liturgia sigo con la misma incertidumbre de si estoy soñando despierto. Me abruma no saber porqué ni para qué ocurre esta parainfernalia.

    Por lo que comprobé después, el centro de mi casa se había convertido en una de las espeluncas negras donde se ponen en contacto los demonios, que en su juventud fueron gorditos, con otros enjutos y semisecos. Uno de los oficiantes actuales resulta ser uno de los otrora gorditos o buditas, dijo alguien. Era un gordito de antaño que ahora estaba aforado, por lo que consideraba que, con su pedigrí, podría volver a disparar a quienes se cruzaran en su camino. Tenía una escopeta que sólo disparaba disparates sin ninguna gracia. Aquel oficiante era un tanto tonto porque creía volar con seguridad en el globo propio de su vanidad. "Era un alma fea hegeliana ", dijo una vez Aristós Mystikós.  

      Siempre había oído decir que en aquellos oficios siempre moría alguien. Y yo pensaba que conmigo no iba la cosa y vivía como si no pasara nada cuando empezaron los disparos disparatados. Aún así, seguí y sigo igual, completamente tranquilo. Hasta que una noche alguien soñó que yo era el asesino. Y ese alguien fue justamente el oficiante de antaño que les nombraba, el heresiarca oficiante de la misa negra de marras. Aunque ha pasado el tiempo todavía recuerdo su nombre, pues mientras oficiaba aquella misa oscura, se oía el murmullo de los feligreses que le nominaban con sus noms de plume: "Enricreído, Enriquecido".

    Sin embargo, sigo manteniendo el equilibrio precario propio de toda existencia de odradek. Es decir, colocarme bien en la escalera para saludar a los que suben y bajan y advertirles de algunos peligros que pueden amenazar su integridad. Por ahora no he tenido ninguna amonestación parental preocupada. 

    ¡Ah! Toda su obra es un centón.

Aristóbulo
Némesis
Atapuercos Pordoquier
Jaén, 1968