viernes, 26 de mayo de 2023

CORREO DEL MAR

 

    Desde el inicio de la vida, el mar ha sido utilizado como vehículo para casi cualquier cosa. Incluso como correo. A pesar de lo que se cree, los mensajes en las botellas siguen siendo utilizados a diario por corazones abiertos de par en par a la ingenuidad. Como tantos otros, que otrora creímos ser rocas duras, hoy somos pálidos trasuntos trasmutados en una sola aurícula que palpita, al tiempo que se desangra de manera incoercible. Un corazón frágil, que se resiste a ser de nadie, sabiendo que su destino le puede deparar mayores soledades de páramos, bosques, montañas, picos escarpados y mares solitarios, surcados por estelas del viento que no cesa tras la calma, y en los que a veces se ve navegar, con una derrota decidida, al diablo en su botella. El mismísimo diablo de R.  L. Stevenson, al que todos los humanos hemos utilizado alguna vez.

    Mar proceloso, plagado de peligros, también tienen las apariencias seductoras de los sueños que ofrecen todo el saber del mundo en su ulular. Mar grisáceo y plomizo que engulle todo lo que roza. Mar de plata —tan engañoso, precisamente, porque deslumbra y cautiva a quien lo mira. Mar lleno de golpes que arrastran irremisiblemente. Mar de confusiones cotidianas que condenan al desencuentro permanente, como en el cuentito de Kafka. Mar de los sargazos que se nos enredan una y otra vez. Mar de la tranquilidad de la eterna muerte. Mar de las gorgonas que escuecen el tacto. Mar de dudas que nos hacen tambalear con olitas que no levantan un palmo del horizonte. Mar del tiempo que se repite tras la apariencia de que en realidad pasa algo entre ola y ola. Un mar la mar de complicado. Un mar mareante. Un mar superficial, donde los corales sólo son escollos que se clavan en las canillas cuando se intenta caminar. Un mar de Galilea en el que resulta imposible pescar y hasta andar sobre sus aguas. Un mar, el mar, la mar de la vida que anega las entrañas sin apenas tragar agua, plagado de tsunamis gulliverianas y de maelstroms que nos arrastran en su vórtice hacia las profundidades de uno mismo, exactamente tan poco profundas como la propia cercanía que mantenemos con eso que somos. Un mar negro, interior y postrero al que se llega desnudo en una chalana. Un mar tramposo y maléfico, que espera su oportunidad para decir que somos nada. Con la voz del diablo de Stevenson otra vez resonando en su botella de vidrio lechoso y adornos tornasolados.

    A través de ese mar, se  hacen llegar cartas. Y nunca se está seguro de nada. Puede que ni se reciban o, si lo hacen, tal vez sean sólo papel en blanco. Cabe la posibilidad de que lo que se lea en ellas se deba al mensajero genio maligno que acompaña a cada cual. Sin embargo, con sólo pensarlas, se prolonga y aviva el soñar despierto de los corazones hambrientos que resisten a la soledumbre. Porque, ¿quiénes, qué somos a fin de cuentas?

Tal vez sólo seamos 

Cuarzo, feldespato y mica

Oro, incienso y mirra

Churro, mediamanga y mangaentera

Majo, remajo y contramajo

Sueño, fantasía y magín

Sota, caballo y rey

Padre, hijo y espiritusanto.

Piola y muda

Cabo Norte y Cruz del Sur

Septenmeridión austroboreálico

Juan de la Cosa, del Viento la Rosa

Fuego fatuo

Mientras, el meteoro de San Telmo prende la esperanza de quienes navegan.


Aristóbulo

Escritobularia

Ediciones enfáticas. 

Las Palmas de Gran Canaria

19 de enero de 2003