viernes, 24 de noviembre de 2017

LA ESTOLIDEZ ÁULICA

“Sólo se alcanza el infinito pedaleando en una bicicleta estática. El movimiento estático sólo es una trayectoria equívoca, una variación quebrada de la figura geométrica circuloide de trazado infinitesimal. El quebranto es tal que resulta imposible cualquier desplazamiento ubérrimo en un diagrama de estrella, como se puso de manifiesto con la anamorfosis contenida de las machines célibataires.

[Extracto aleatorio (passim) de la Biblia Folisófica del Hámster (Columna Nacarada Ediciones), capítulo III, especialmente la digresión sobre El Malpaso de Aquiles y el Ensimismado Corazón de la Tortuga].”

Aristóbulo
In fine... el infinito siempre está al final.

VERDAD Y MENTIRA

APHORÍA

La verdad que más nos interesa es la mentira que construimos durante nuestra vida para soportar el horror de nuestra miseria interior.

Aristóbulo, Dospuntocero y Segundo Manchado Romero.

viernes, 17 de noviembre de 2017

DECÍAN QUE...

Decían que Prudencio era un bicho raro. Sin embargo una voz constante repetía en su interior tú te has transformado en una puta cucaracha... y él respondía a fin de cuentas una cucaracha tampoco es un bicho tan raro que digamos. Todo lo contrario entre nosotros es muy común. Sólo hay una diferencia la cucaracha articula su ser de otra manera. Nada más.


Aristóbulo
En la Madre de todas las Ciudades
4 de octubre de 2017

viernes, 10 de noviembre de 2017

SKYLINE O EL OSCURO PODER DEL LATÓN

Nos dan la lata con la proposición ética del “es-debe” (es así, luego debe ser así) –erre que erre ético que hasta el mismo Hume lo presentara como falacia sobre la que no cabía fundamentar ningún juicio moral. 
Nos dan la lata con los tú puedes, tú tienes que hacer algo, tú no puedes quedarte con los brazos cruzados, es tú responsabilidad, tú debes aceptar las cosas como son, si esto es así tú debes...y un largo etcétera de imperativos que cruzan todas las fronteras éticas, y sus alarmas, camuflados de máximas útiles.
Miramos el mundo y vemos distintos skylines exteriores. Cada ciudad construye el suyo, aunque no lo sepa. Todas terminan construyendo las estructuras donde fundamentan su idiosincrasia. Como pasa con los sujetos. Sí, también existen líneas de horizontes interiores, y ellos  construyen su diseño exterior sin saberlo, en su eterno ir y venir sin querer queriendo. Por ejemplo, a veces cuando miramos a alguien y lo observamos con detenimiento vemos surgir sus Woermann y sus Donjuanes dándonos las señas de su identidad propia, tal como esos edificios son el skyline de cierta mirada urbanística de nuestra ciudad.
Igualmente, con los individuos se debería destacar la estructura, los mimbres sobre los que se apoya tanto decir vacuo. Por ejemplo, en nuestro tiempo, lo vacuo es decir ¡“empodérese” usted! (¡menuda paradoja!). Todos sabemos que resulta imposible lograrlo en un mundo donde las fibras del poder están por doquier amarrándonos con hilos inefables, insensibles, invisibles ─de esos que no se ven ni con los ojos cerrados, y que termina siempre alcanzando su meta. Como en la fábula de Kafka, el animal arrebata el látigo al amo para golpearse a sí mismo sin saber que él no es sino un nudo más en el látigo del amo. 
Las urdimbres, las estructuras (como quieran) de las que se trata aquí ya no son estructuras férreas, como lo fueron, por ejemplo, en tiempos de Thatcher, sino oscuras y frágiles estructuras de latón. Por eso, en nuestro pequeño y sórdido ámbito, en el peor de los escenarios ni siquiera encontramos férreas damas ni barones de cuero, sino que nos tropezamos con mujeres de latón y hombres de escay que parlotean chácharas ultraliberales sin sentido. Seres que además han perdido ese tufillo rancio que daba una cierta dignidad al empirismo de Hume. Ahora, sólo encontramos emperadores de pacotilla (¿hay alguno que no lo sea?) con la boca llena de ese tipo de imperativos cuando sacan sus caniches a desaguar y defecar.

Aristóbulo
...Es el infinito puesto al alcance de los caniches de Céline

jueves, 21 de septiembre de 2017

FIESTA

Aquél era un espacio sin cabida para seres como nosotros. Te lo aseguro. No tengo una idea clara de cómo y porqué llegué allí. Era un lugar extraño donde la gente vestía, hablaba y actuaba de forma exagerada y al mismo tiempo parca, con un matiz extravagante, críptico.
Daba la impresión de que allí el miedo no existiese y me dio pánico por la forma ostentosa con que se exhibía. Un lugar sin pudor ni vergüenza, donde tampoco se vislumbraba rastro alguno de culpa.
Podría decirse que allí, la gente normal como nosotros, no existía. Cada uno hacía lo que quería. Vestían de nigromante,  muecín, cardenal, pierrot, arlequín o papageno. Eran quienes más gesticulaban. Otros, más adustos, iban con todo tipo de exoesqueletos donde ocultar su debilidad dando la imagen de lo contrario. A éstos, el peso les impedía forjar la menor mueca.
A pesar de tanta versatilidad, no se detectaba rastro de ningún uniforme de rango superior. De esos que, con sólo verlos, nos embarga cierta y regalada sumisión y un silencioso acatamiento de las normas más caprichosas que pueda uno imaginarse.
Pero, a pesar del aparente desorden, se diría que aquella gente no parecía feliz, al menos como podríamos serlo nosotros de estar en su lugar. Ellos no mostraban ninguna de las expresiones, gestos o semblantes que relacionamos con el disfrute.
En aquel lugar, nuestras más íntimas señas de identidad, se diluían. Aquello que cada uno de nosotros tiene como lo más propio de sí mismo, se esfumaba en su presencia. Esto me resultaba especialmente angustiante, tú sabes bien cómo soy, necesito tener un espacio firme donde apoyarme, por pequeño que sea. De lo contrario es como estar viendo una negrura con puntos coloridos de luz y cuerpos amorfos, errantes y cambiantes, iguales a los que vemos cuando cerramos los ojos.
Además, utilizaban el tiempo y el espacio de forma tan libre como arbitraria, de tal manera que al hablar con cualquiera de ellos, conocían todas las lenguas, nos hacían callar mediante prodigios. Recuerdo cómo uno de ellos, en la plaza central de aquel espacio, los utilizaba, como decía, de tal manera que no parecía haber ningún allí ni un aquí. Tampoco ningún antes ni un después. Otro manejaba los meteoros a su antojo: elevaba los brazos y llovía; cerraba los ojos y con unos movimientos oculares rápidos con parpadeo mudo, creaba un vendaval de poniente.
No tengo palabras para describir nada de lo que allí sucedía. Tampoco puedo describir mis trastocadas sensaciones.
Era como estar en una fiesta a la que no has sido invitado.

Aristóbulo
Entredías

viernes, 1 de septiembre de 2017

MEDIOCRIDAD

Aquel día al despertar me vi rodeado por unos ciento veinte pájaros negros que me observaban. Su negrura era como la de las antiguos curas de los colegios. Los pájaros me miraban, como lo hacen siempre las aves, de hito en hito y pestañeando con asombro cuando menos te lo esperas.
No eran pájaros conocidos para mí. Tampoco eran muy distintos a los que acostumbramos a ver por ahí, pero no cabía duda, esos pájaros eran otra cosa. Tenían un no sé qué difícil de expresar en palabras. No eran grandes. Eran carpetudos, quien sabe si por cargo de conciencia, y un tanto recogidos en sí mismos, se diría que por frío, abandono o moribundia. En esta tierra se les llama pájaros chirringos.
Llegado un momento, los aproximadamente ciento veinte pájaros negros dejaron de mirarme y miraron a los conductores que, a esa hora punta, llegaban a borbotones a la gran playa de aparcamientos que había en aquel centro comercial. Lo hicieron iniciando una serie de pequeños movimientos o tics que, me atrevería a decir, parecían formar parte de un lenguaje con una táctica cuyo alcance no entendí al principio. Después de haber estado en la inopia un buen rato, caí en la cuenta de que aquellas miradas y aquellos movimientos, eran señales dirigidas a los conductores de los coches. Éstos, poco a poco, empezaron a ocupar sus lugares ordenadamente, lugares a veces distintos a los que originariamente habían ocupado al llegar al parquin. Aquellos ciento veinte pájaros negros no hacían otra cosa que gestionar los aparcamientos, sin silbidos, sin gritos, sin aspavientos. Desde el primer día que aparecieron algunos empezaron a llamarlos parquinbirds.
Por el periódico me enteré que aquellos ciento veinte pájaros negros podrían pertenecer a una nueva especie mutada con procedimientos de ingeniería genética. Habían logrado modificar los genes responsables de los modos de ser y de estar de algunos pájaros. De ahí mi dificultad para filiarlos, porque he de decir de mí que soy un ornitólogo aficionado con cierto reconocimiento, sobre todo familiar. Aquellos pájaros cumplían su cometido de manera precisa y ordenada. Sólo hacían eso y, en lo demás, no puede decirse otra cosa sino que eran silenciosos —es decir, no paseriformes― y que apenas volaban. Iban de aquí para allá dando saltitos y alguna vez exhibían el vuelo torpe y corto de las gallináceas. Pero no eran sino, como ya dije, unos pájaros negros, carpetudos, chirringos.  También enigmáticos, como todos los pájaros cineastas.   
Con el tiempo, aquellas aves trucadas fueron decolorándose, acaso por la fotosensibilización de la intemperie, y los coches habían perdido su cromatismo competitivo, quedando ahora uniformados por las distintas tonalidades del gris.
Ahora, ya no tengo duda, cuando entro en un parquin me dejo llevar y aparco. 

Aristóbulo

martes, 11 de julio de 2017

LA CONDICIÓN HUMANA



   Los huesos de la cara, los pliegues marcados, el labio superior fino y pronunciado el inferior, daban una impresión de seriedad, aunque cuando sonreía, los ojos se convertían en un par de lentejas cómicas enmarcadas por pliegues y más pliegues. 
   Ignoro aún los detalles de sus intenciones y de su motivación para llevar a cabo eso. Desde hacía tiempo era un tipo cercano a nosotros, aunque guardando siempre una distancia respetuosa —en eso nos parecíamos todos. Entonces éramos muy jóvenes.
  Un hombre cortés. Correcto. Nunca le vimos con ningún enfado interior ni exterior que presagiara algo tan inesperado. El resto del tiempo, suponíamos, estaba metido en sus adentros pero sin perderse nada del mundo. Sí, es verdad, pasaba mucho tiempo solo, tal vez demasiado. Le llamábamos Flaubert, aunque no escribiese nunca nada. Alguna vez alguien le oyó hablar de Croisset como un lugar apetecible para ir. 
   Y eso es todo lo que recuerdo de aquel hombre, Señoría.


Aristóbulo
Penas de muerte

viernes, 7 de julio de 2017

VIDAS DE SANTOS SIN IMÁGENES

Con el paso del tiempo el viejo álbum familiar se convirtió en un conjunto de imágenes re-blanquecidas, de recuerdos desvaídos, de figuras con riesgo de extinción al no tener un dueño claro o ser apenas reconocibles, si no hubiese habido una voz que les diera un nombre y un linaje.
Antes, las fotos eran puro recuerdo. Y ahora, presente de indicativo. De tal manera que la frontera entre lo reciente y lo remoto ya no está en vigor. Sólo existe el aquí y el ahora.
Cuando el nomadismo era un imperativo, durante generaciones uno iba de casa en casa llevando entre sus pertenencias las fotos de su vida. Uno podía visualizar de un plumazo toda su biografía iconográfica con sólo extenderla sobre la cama. Ahora, los jóvenes llevan sobre sus espaldas el peso de miles y miles de gigas de fotos y vídeos, y necesitarían meses, o tal vez mucho más, para hacerse una idea del exceso de su plástica vital. 
Aunque, pensándolo bien, lo que pasa hoy resulta paradójico por conveniente, puesto que pone fin al poder de la imagen para decir algo mostrando tanto. De estar en su piel, yo descreería de las imágenes de un presente de banda ancha y alta velocidad y me quedaría sólo con el fin de la vocación de futuro que tenían las nuestras para vencer a la muerte. Me ha salido así, vencer a la muerte, y tal vez sea porque la humanidad ha terminado aceptando lo efímero e insustancial que hay en toda vida, de tal manera, a mi entender, que no tiene otra opción que vivir a tope el instante. Y en un instante no cabe todo. De ahí la obesidad de las imágenes del presente que no deja de ser una figura de la mortalidad en anamorfosis.
“Los paisajes de la vida acaban convirtiéndose en lugares de desaparición”. Estas palabras leídas en la prensa (A.M.M., Babelia, 5.07.14), me llevan a pensar en lo inexorable como denominador común en las imágenes de ayer y las de hoy. Sin duda, ambas están para velar lo que se resiste a la mirada. Sobre todo en lo concerniente al propio cuerpo. Rascayú, rascayú.
Esta sí es una senda para el ateísmo genuino. Para el ateísmo definitivo que conduce a la destitución de la vanidad propia de Narciso. Por fin, puede decirse, porque la imagen es uno de los manantiales del malestar. Después del desamparo viene la envidia.
¿Quién dijo ‘una imagen vale más que mil palabras’? Las imágenes crían malvas, las palabras persiguen al viento.
- ¿Estás escuchando lo que te digo, Selene?
- Claro que sí, pero entonces ¿qué hacer?
        - Uno no elige dónde ni cuándo nacer. Elige vivir o no vivir en su época. Creer en la pertenencia a una época es una temeridad ─sentenció el sileno.


Aristóbulo 
Cartas lunáticas
(7/07/2014)

miércoles, 5 de julio de 2017

DOS SUTRAS Y UN GALIMATÍAS

Leyendo el Limónov de Carrère me tropiezo con una sutra budista que tiene su cosa tramposa. Según ella, entendí, si quisiéramos, podríamos ir más allá de nosotros mismos sin despeinarnos. El extracto de la sutra, porque es un trocito de discurso, dice textualmente: "quien se considere superior, inferior o incluso igual a otro, no comprende la realidad". Esta posición se presenta como máxima Sabiduría y Ajenidad del Sí Mismo respecto de cualquier otro. No estaría mal... siempre y cuando fuera posible prescindir del Otro, o al menos pudiera uno lidiar con los demonios internos ligados a los ideales y a las pasiones que, por su parcialidad, son siempre totales. Por seguir con Buda, recito su escueto catálogo de las pasiones: el amor, el odio y la ignorancia.
El otro día leí una segunda sutra, esta de Mark Twain, que me hizo reír por la astuta razón que pone sobre la mesa : "No discutas con un estúpido, no porque te pongas a su altura, sino porque en ese terreno te gana".
Me gusta mucho el budismo twainiano. Es muy difícil de practicar porque, en cualquier terreno, nos creemos siempre o mucho mejores o mucho peores de lo que somos. Y así no hay manera. Es certero porque, haga uno la figura de avestruz, u otra cualquiera, escondiendo la cabeza donde le quepa, no podemos dejar de establecer jerarquías y agrupaciones. Porque al evitarlo, formamos parte, como miembros de pleno derecho, de un nuevo grupo de estúpidos que no entran al trapo de la superioridad, inferioridad e igualdad.
Y ahora, el galimatías.
Trotski, ¿crees en Dios?

Aristóbulo Sainz de Iría, Marqués de la Enseñada (porque ya pasamos las elecciones).
Disputatio

[Escrito hace un año, desempolvado hoy]

martes, 16 de mayo de 2017

VERDAD. BIEN. BELLEZA.

No son virtudes, aunque mucha gente así lo crea. Entre otras muchas cosas, porque no están en el mismo plano ni tienen el mismo rango, por importante que sea cada uno. Éste último varía con las subjetividades históricas. Y puede, además, que sus nombres se escuchen en todas ellas, pero no por ello significan lo mismo.
La verdad, por empezar con ella, es muy difícil de acotar, es hermana de lo que resulta imposible por innombrable, de lo inefable que se resiste a entrar en el lenguaje. Lo innombrable es el núcleo duro del ser, situado en un más allá del límite de la ley -que, sin embargo, lo prohíbe. Esta sienta las bases del por qué la verdad no puede ser dicha toda, que a lo más, como Gracián supo ver, "las verdades siempre vienen dichas a medio decir".
Así pues, la verdad como hermana de lo innombrable, porque siempre apunta hacia él.
Sin embargo, el bien y la belleza son barreras ante lo innombrable, eso que Kant llamaba la Cosa-en-sí, y Freud, directamente en alemán, Das ding, La Cosa. Son barreras que intentan civilizar lo que no se puede entender ni explicar. Es una tarea al borde de lo imposible.
En nuestro tiempo, aunque no es una propiedad privada suya, la mentira se viste con el ropaje de lo verdadero por la vía de la sensación como guía de vida. Esto quiere decir que una de estas verdades es más verdad porque emociona, de donde la emoción pasa a ser un criterio de verdad, cuando en realidad siempre es engañosa, porque necesita disfrazarse de ese ropaje sensiblero para ser aceptada.
En relación con el mal , tampoco es algo privativo de nuestro tiempo, resulta que se ha convertido por arte de birlibirloque en una de las figuras del bien (una forma de la astucia de la razón hegeliana). Así, podríamos sospechar, tranquilamente que detrás de todo bien está siempre el concurso del mal y viceversa.
En cuanto al objeto de la belleza, durante mucho caracterizado con formas veladas guardando su misterio, ahora ya sin éste último, utiliza lo obsceno como vehículo. Lo obsceno como lo que está fuera de escena (J. M. Coetzee). Así, el objeto, o mejor, el simulacro que lo representa como si fuese real, da esa impresión porque aparece sin velo y se muestra en su exceso, para eludir su vacío, porque sólo está allí como falta y como promesa. Es más, ahora todo se ha vuelto excesivo, de tal forma, que cada uno está aislado y a solas con sus objetos engañosos. Los efectos son devastadores. Y aparecen recortadas sobre lo patológico en las nuevas clínicas, policial, judicial y psicológica... que no dan abasto en la creación de perfiles para estudiar lo inabordable.
No es allí donde hay que mirar, sino más bien hacia el feligrés, que tan pronto reza arrobado en su ser como se fanatiza en su cruzada. Es una verdadera cruzada de cables. El bien y el mal, la mentira y la verdad, lo bello y lo siniestro, están hermanados. Son como caníbales, como Caín y Abel. ¿En un juego de palabras, ahí radica su verdad? Sólo sobra una S, una S tachada que corresponde al sujeto que "no quiere saber que no puede saber que no hay saber".

Aristóbulo

jueves, 2 de marzo de 2017

HOLLYWOOD, LA TIERRA DE LALENGUA

Todos estaremos de acuerdo en un sueño común: que EE.UU es el país de los sueños. Allí se aloja el sueño más usual de los mortales: el sueño de la paz y de la prosperidad. EE.UU ha pasado a representar el país donde todo es posible, el país donde hasta lo imposible puede conseguirse. Pero hay pocas voces que hablen de la desnudez del rey diciendo ¡Eso es imposible! Porque lo imposible, por definición, no puede ser nombrado por desconocido y, además, no es posible hacerlo de ninguna manera. Pero al parecer ellos creen, y a veces muchos de nosotros con ellos, que sí lo pueden hacer y van y ponen su nombre y su bandera para nombrar toda esa posibilidad real de lo imposible. Como botón de muestra, tenemos en Hollywood un escaparate de imágenes, una suerte de catálogo de las metáforas latentes en todos esos sueños que retrata.
Ésta sería la parte más visible y nombrada del país. Bueno, podemos poner en serias dudas lo de la visibilidad, porque en el cine de Hollywood como metonimia de todo un país, con el laleo del todo-es-posible-si-tú-te-lo-crees-y-luchas-por-ello-como-se-lucha-contra-el-cáncer, también se hacen muy visibles las pesadillas de la amenaza constante al sueño de paz y prosperidad. No son otra cosa que los monstruos visibles creados por la razón que sueña con la posibilidad de lo imposible.
Esta paradoja ocurre incluso en el seno mismo de ese sueño, donde paz y prosperidad van de la mano de monstruos y fantasmas que aparecen, como en todos los sueños, disfrazando los deseos y los objetos temibles que los causan, provocando cuando se realizan las mayores catástrofes que puedan imaginarse. Y esto Hollywood y la casa encalada lo imaginan a tutiplén. Lo peor es que sabemos que si los sueños se cumplen es que ya estamos en la dimensión de lo siniestro y del horror que entraña. De tanto soñar la amenaza como si fuera un deseo, los sueños terminan por cumplirse.
De tal modo que cuanto mayor es la probabilidad de que se realice lo siniestro en acto, también aumenta la algarabía de confetis, luces, colorines, banderitas, bailes...y las tonadillas la-la-lá del América first con el trasfondo amoroso del todo es posible. Pero siempre es un escenario múltiple, un escenario mixto de barbarie y de “cultura” que diría W. Benjamin. Lo luminoso, dorado y brillante junto a un desierto enorme lleno de alambres de hormigón armado.
¿No son también dos caras de la misma moneda, con una cara que escenifica una farsa de odioamoramiento, y la otra donde se capta la univocidad entre demócratas y republicanos atrapados en el mismo sueño, sin cambiar nunca de canción?
¿En EE.UU sólo se habla el La la land, la lalangue, la lalengua de lo Uno?
¿Puede lo Uno asimilar a lo Múltiple? 

domingo, 29 de enero de 2017

POR FAVOR, DÉJENSE DE TONTERÍAS, TODO TIENE SU CONQUE.

     Siguiendo las palabras de Z. Bauman, en estos tiempos de modernidad líquida, todo, absolutamente todo, se torna húmedo y, luego, mojado. Lo primero, el pensamiento. Por eso hablamos de pensamiento empapado cuando estudiamos mucho algo. Y estar empapado tiene su riesgo. El pensar empapado tiene como mecanismo generador, puede decirse con evidencia absoluta, a la ósmosis. Sí, así de sencillo. El pensamiento ahora opera por ósmosis y no como eureka, revelación o deducción-inducción.
     Por ejemplo, esto se ve claro en cómo piensa Rajoy con las eléctricas. Él piensa en la lluvia y se moja. Es su particular cogito, su cogito, húmedo y empapado. Y lo hace alcanzando el cenit de lo Osmótico y de lo Moderno a la vez. De este modo, Rajoy es un creyente situado a la diestra de la ingeniería social global. Es decir, ni siquiera es capaz de pensar en el Acontecimiento, lo performativo o el Acto, porque se resbala. Dicen las malas lenguas que por eso llena su agenda de eventos consuetudinarios escritos con tinta invisible para darle la impresión de que todavía tiene tiempo libre para caminar marcialmente moviendo más los brazos que los pies. O tal vez para justificar su amnesia.
     Volviendo a la tontería como idea central de esta entrada, habremos de cuidarnos de la liquidez y de las constantes presiones osmóticas hacia el pensamiento, cosa que aplauden todos los poderes fácticos del mundo-uníos. De lo contrario, de repente, podríamos ponernos a babear palabras mojadas, como las del alcalde y sus vecinos.
     También deberíamos cuidarnos de los vampiros melancoliformes, esos seres hiperosmóticos que salen de su postración mostrándose exaltados por momentos, tras incorporar la liquidez cándida de las criaturas prístinas que abundan en la primavera de la vida. Tal vez sea esa la razón de que las universidades y, en general, los Centros Nacionales o Transnacionales de Acumulación de Saber, estén llenos de vampiros melancoliformes a la espera de ejercitar su ósmosis favorita, a saber, la neuronal.
     Así que cuidado con la ósmosis y déjense de tonterías.

Aristóbulo

[Fragmento de la Introducción a su tesis de doctorado por la universidad de "", con el título (véase ut supraTodo tiene su conque]

viernes, 20 de enero de 2017

DE UNA VEZ POR TODAS

   De la Salud Mental se habla hoy hasta en los telediarios y en las tertulias...que si fulano hizo esto y debe ser un trastornado (eufemismo de loco), que si zutano o está loco o es un canalla, etc. Podría aceptarse ese maniqueísmo de salud/enfermedad únicamente, y con reparos, porque la Salud es un concepto político universal (un vale para todos) aplicable a las poblaciones y, por lo tanto, no cabe extrapolarlo así como así al ámbito de lo singular, aunque esa tendencia hace tiempo que ha colonizado la clínica psiquiátrica de la mano de no sé qué discurso científico. Jamás encontré muy justificado la presencia de la Salud Mental en la clínica en lugar de la entonces llamada  asistencia o atención psiquiátrica.
     Estas palabras son una especie de humilde proposición como intento de hablar en serio. Así, la Salud Mental ni tiene sustancia alguna ni tampoco la esencia de las entidades etéreas. Para dejarlo claro, sólo es una manera de hablar. Para decirlo con propiedad, sólo es un sintagma contradictorio, pero no es, ni puede ser, un concepto. Abundando un poquito más, podría ser un oxímoron que, tal vez por estar tan extendido, pasa desapercibido... pero tampoco. Tal vez sea sólo un sintagma antagónico en sí mismo.
  Como decía, la Salud hace gala de su universalidad porque siempre está dirigida a un todo. Pero, si lo miramos bien, esa misma noción de Salud, al ser algo tan universal, tiene una dificultad inherente como contrapartida: para aprehender algo tan amplio, no tenemos otra opción que su troceamiento o su fragmentación por especialidades: digestiva, cardiorespiratoria, oftalmológica, ORL, dental, ginecológica, dermatológica, neurocerebral y un larguísimo etcétera... de tal forma que, por una u otra razón, nadie puede alcanzar la totalidad de los boletos parcelarios de la salud. Se torna algo imposible, a no ser que aceptemos la salud como una entelequia utópica y ucrónica de armonías acopladas en la homeostásis idealizada con el medio interno y el externo logrando alcanzar el galardón de las parejas idílicas.
      Me viene a la cabeza la idea de Jules Romains cuando tiraba su aforismo al mundo como si fuera una piedra: El hombre sano es un hombre enfermo que no sabe que lo está
    Cuando nacemos somos un organismo viviente vulnerable que necesita ser acogido y alimentado para sobrellevar la fragilidad vital en la que no hacemos otra cosa que llorar, mamar, cagar, mear y dormir. No digamos nada de cuando llegamos a lo mental, es decir, cuando nos hacemos una idea del mundo y de nosotros mismos. Ese fiarnos necesariamente de los demás para conservar la vida también nos condena a la imbecilidad...si queremos ser sanos. Claro, lo mental no es propiamente una enfermedad, sino un estado gracias al cual se vive en la inopia.
        Ustedes me dirán que hablo así porque debo ser freudiano. Y no es así, no es que al parecer yo deba ser freudiano por cómo me expreso, sino que simplemente lo soy. Basta leer a Freud para entender que el ser humano consciente tiene una cercanía muy familiar con la idiotez. Por ejemplo, la gente suele fiarse de las opiniones de los demás que más le interesan, para tal vez incluirse en eso que llamamos sentido común, la confianza o el amor -al mismo tiempo que odiamos otras opiniones que son de “otros” diferentes a los demás cercanos. La lógica que subyace en este tipo de operaciones es la de suponer un saber en el otro; resultando que cada uno de los componentes de ese conjunto que acabamos de denominar los demás,  hace recaer, a su vez, esa suposición de saber en el resto, entrando en una especie de círculo de la reciprocidad progresiva. Y todo sería como si giráramos sobre el mismo punto en un tuyamía uniformemente acelerado. De este modo podemos decir que esa reciprocidad tiene un algo, si no un muchomuchísimo, de idiotez. Por eso no se puede progresar, porque el progreso es el desarrollo de lo que ya era y no cabe esperar nada halagüeño de la idiotez basal. Lo que tal vez habría que hacer es subvertirla. Para eso hay que desconfiar de todo aquello que enarbole el banderín del progreso. Afortunadamente sabemos que cuando se promete abrirle la puerta, se cuelan la pobreza y la miseria por la ventana o por la puerta de atrás.
      En esta humilde proposición solicito cambiar de nombre el sintagma Salud Mental por el de Sandez Mutua. Esta mutualidad arquetípica no tiene por qué ser numerosa, puesto que, en ambos casos, sólo bastan dos para que prospere. Al menos La Sandez Mutua no es contradictoria ni antagónica consigo misma 
    Esperemos que aquello que Freud veía como inherente a lo mental no llegue nunca a mayores (bueno si es que puede haber algo mayor que los holocaustos a los que abrimos la puerta al señalar al enemigo como portador de un rasgo que, no sé por qué, vemos como amenazante para nuestra propia vida; y esto es algo que hacemos cuando amoldamos nuestra opinión a la opinión de los otros sin otro motivo que una especie de Yo somos así porque sí, una especie de ¡Claro que sí niña! generalizado), cuando lo único que empieza a correr es el anillo de la Hermandad de los Incautos en tal o cual creencia.
    Freud no veía al ser humano como un ser naturalmente sano. Ni siquiera ecológico ni de ninguna de esas cualidades que hoy se asimilan alegremente a lo saludable. Modifico a mi antojo una vieja idea: La salud no es saludable ni lo mental tampoco. Y no digamos nada de la Sandez Mutua. Porque esa Sandez es algo mutuante, es decir, de lo más normal.
    A lo mejor tuvo razón Lacan cuando dijo que el psicoanálisis sólo sirve para ser un poco menos idiota. 

Aristóbulo

domingo, 1 de enero de 2017